lunes, 8 de abril de 2013

FANTASÍAS DE UN VIAJANTE DE FARMACIA

      Fantasías de un viajante de farmacia

      Hace algunos días, me dirigía yo a presentar mis productos a la farmacia de Albudeite y por el camino -bordeado de verdes praderas y frondosos árboles- me di cuenta de pronto de que una insignificante florecilla pegada a la cuneta empezaba a hacer de forma insistente: aaat... ¡¡¡chis!!!, aaat...¡¡¡chis!!!  Observé el detalle con indecible sorpresa, pero inmediatamente vi que, en unos cuantos almendros que allí había, todas las flores -una a una- repetían en sucesivas cadencias el mismo aaat-chis. Comencé a aligerar el paso, todo pasmado, como para librarme de aquella especie de alergia planetaria, pero todo a mi alrededor se convertía en una explosión, repetida y orquestada, de miles y miles de florales estornudos. Aquello era un espectáculo apabullante, alucinante... ¡acojonante, qué caray! Aaat...¡¡¡chis!!! Dios mio, el fin del mundo se presentaba en forma de un inmenso estornudo tan grande como el agujero de la capa de ozono.

       ¿A dónde dirigirme si donde quiera que pisaba se reproducían a millares las florecillas alérgicas? Pero todo terminó de pronto en el momento en que, con igual contundencia, comenzaron a aparecer, colgados de cada rama de millares y millares de olivos, un sinnúmero de aparatos de televisión. Sí, eran millones de televisores que colgaban, como fantásticos botijos, y todos repetían machaconamente lo mismo: "CONTRA LA ALERGIA PRIMAVERAL, NARILYN!" Con aquello se calmaron mi ansiedad y mi gran desconcierto. Esto ya es otra cosa, me dije. Esto va por otro camino, exclamé aliviado. Y a continuación todo se transformó en una beatífica calma. Todo a la vista resultó un paraíso terrenal de fecundos prados. Por doquier pacían  manadas de ingenuos corderitos y de pacíficas vacas lecheras que lucían en sus costillares la mágica palabra NARILYN. Junto al tronco de un enorme y vetusto roble encontré, como si lo hubieran dispuesto para mí, un libro de versos magníficamente encuadernado en piel cuyo título era "De ilusión también se vive"; el autor era nada menos que el célebre poeta Johan Abenzovski. Lo abrí aproximadamente por la mitad y me topé con los siguientes versos:

Picores de nariz
y estornudos fuera.
No más lágrimas tontas
por cada primavera.
Narilyn ha llegado
en el tiempo preciso
para hacer de la vida
un bello paraíso.
Que la primavera sea 
para hacer el amor
en los floridos prados
alejando el temor
de que el placer más vivo
degenere en picores
por la flor del olivo. 

      ¡Fantástico, fantático, mecachis! Fantástico este Johan Abenzovski -pensaba yo con gozo en mis adentros- y fantástica esta eclosión paradisíaca, esta especie de vuelta al paraíso terrenal, que sólo ha podido ser abierto por una llave mágica: el producto NARILYN. Yo, absolutamente incrédulo de lo que estaba viendo, comencé a darme pellizcos en los glúteos, en las pantorrillas, en los mofletes -y hasta en los mismísimos- en el intento de cerciorarme de que aquello no era un sueño pasajero, sino una realidad inapelable. Y no había ningún lugar a dudas: delante de mí se extendía el paraíso y la única llave que podía abrirlo se llamaba NARILYN. ¿Qué diosa del Olimpo había removido de pronto la existencia humana con aquel gigantesco y mesiánico anuncio? Y de pronto me dio un vuelco la sangre -como un tremendo escalofrío- porque caí en la cuenta de que NARILYN era la última novedad de Shepard & Company y el representante de Schepard & Company en esta zona no era otro sino yo. Y me invadió una repentina euforia que me dio por saltar como cabra montesina; cuál no sería la energía que me inundaba que, de cada salto que pegaba, iba como volando sobre los picos más altos, desde los Apeninos a los Andes y desde los Pirineos al Himalaya.

      Pero ¡qué diablos! Si yo tenía que ir a la farmacia de Albudeite. Y me puse a correr como un descosido  para no llegar tarde a la entrevista con mi cliente albudeitero. Y ¿qué crees que me encontré en la farmacia? Un montón de señoras dándose codazos y empujones por colocarse las primeras, pues ninguna quería quedarse sin NARILYN. Ponme cuarto y mitá de NARILYN, decía una. Pues yo quiero medio kilo y le quitas las espinas, decía otra. ¡Tremendo! Todo lo que yo veía y oía era tremendo. Esto es lo más increíble que podía ocurrirme, pensaba yo. Pero la cosa iba a más. Inesperadamente, el móvil comenzó a sonar con insistencia una y otra vez. Eran numerosos clientes míos, farmacéuticos, que querían hacerme un pedido de NARILYN. Verdaderamente asombroso, señoras y señores, por fin iba a cumplirse el sueño de mi vida: en adelante, ya no tendría yo que visitar a los clientes -algunos tan insoportables-, sino que serían ellos los que tendrían que venir a mi oficina; y, además, de nueve a una, para que se fueran enterando. Magnífico. Estábamos a las puertas del paraiso y yo tenía la llave. Que me busquen ellos a mí, pensaba yo.

      Después de tanta euforia regresé a casa y me dijo mi mujer: "Aquí tienes una carta urgente y certificada, es de Shepard". La abro y ¿qué veo? Un cheque a mi nombre por valor de 5.000 € (nada menos que cinco mil euros) mas una comunicación firmada por Laura Giralt, la jefa de productos, con una excelente noticia: "Estimado colaborador: por acuerdo de la Dirección y ante el éxito fulminante de la campaña NARILYN nos es grato adjuntarle el presente cheque de 5.000 € para que lo celebre estas vacaciones de Semana Santa en el Caribe en compañía de su pareja. Si la cosa sigue como va, recibirá otro talón de igual cuantía antes de las vacaciones de agosto. Espero que lo reciba con agrado. Un saludo. Laura."

      ¿Con agrado, dice? ¡Qué caramba! Con locura recibo este bendito cheque, grité yo sin que atinara a salirme la voz del cuerpo. Y le di siete besos seguidos a aquel papel que olía a sabroso dinero, una buena pecuña, que diría mi padre. Pero así son de fugaces los sueños, sic transit gloria mundi. Unos golpes en los cristales de mi coche con los nudillos de los dedos me despertaron de aquella siestecita que me estaba yo echando tan plácidamente, reclinado en el asiento. Estaba situado en el parking de la ORA, en la calle Pi y Margall de Elche. Bajé el cristal de la ventanilla, a cuya altura se remarcaba un tupido mostacho negro y una gorra de plato azul marino. Pregunté qué pasaba. Era un agente de la policía local -flanqueado por una compañera- que me decía: "No se preocupe, no pasa nada, es que le hemos visto con los ojos cerrados y la boca abierta con una expresión un tanto rara. Y le hemos tocado en el cristal por si le pasaba algo". ¿Expresión un tanto rara? Un tanto imbécil, me reprochaba yo. Y así quedó mi gozo en un pozo. Miré el reloj, eran las cinco menos cuarto. Con el maletín en la mano me dirigí, con cierto desaliento, a la farmacia de don Eutiquio García.  ¿A que no adivinas lo primero que me dijo?  "Adelante, señor Galera, ahora mismo estaba yo pensando en usted". ¿Y cómo es eso, don Eutiquio? ¿A qué le debo ese honor? -le pregunté. "Pues que tengo ahí todas las unidades de NARILYN que ustedes me enviaron hace tres meses. No se ha vendido ni una y quisiera que usted me las cambiase por otro producto".




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