INCREIBLE, PERO CIERTO
Aquella mañana
–hará cosa de un mes- transitaba Anselmo con su moto por Juan Carlos I. Había
pedido permiso en su trabajo para resolver un asunto por la zona del Zig-Zag.
No sabiendo donde aparcar la moto, y pensando que sólo tardaría unos
minutos, se le ocurrió dejarla junto a
la pared de un bajo de los que siguen cerrados desde que se acabó la obra. Se
fijó en las pintadas que afeaban el tabique de ladrillo y en que no había
ningún establecimiento al que pudiera molestar. “La acera es ancha –consideró
por otro lado- y aquí no estorbará a los transeúntes”. Se fue tranquilo a
realizar su gestión, que duró menos de lo que esperaba. Cuando regresaba por el
paso de peatones vio que un joven con un perro observaba detenidamente su moto mientras
hablaba por el móvil. Al dirigirse a su vehículo, el extraño individuo le
preguntó:
-
¿Es suya la moto? –Anselmo lo miró (fue un golpe de
flash) y vio que era hombre joven, con gafas de sol, aspecto de señorito y
cierto aire de superioridad.
-
Si, ¿qué desea? –le contestó.
-
Un momento – volvió el del perro a dirigirse a su
interlocutor telefónico-. No mandéis la grúa, que está aquí el dueño y parece
dispuesto a colaborar. De todas formas, vosotros podéis venir si lo estimáis
conveniente -daba la impresión de que hablaba con la policía y lo hacía como
quien domina la situación.
Al oír tales
cosas, Anselmo preguntó lleno de asombro:
-
Pero bueno, ¿qué pasa, le molesta a usted la moto?
-
Espera, espera –reaccionó el del móvil como el gato al
que le pisan la cola-, que me parece que el hombre está borracho… Sí, sí, está
bebido... Bien, lo que vosotros decidáis. Adiós –y guardó el teléfono.
Mi amigo
Anselmo, que jamás ha tenido enfrentamientos con nadie, interpeló a aquel
hombre guardando siempre –que así se lo enseñaron- la debida compostura:
.
-
¿De dónde saca usted que yo estoy borracho? ¿Pero le he
hecho algo para que se meta así conmigo?
-
Es que este local es mío y usted no tiene por qué poner
la moto delante –respondió el lechuguino en un tono como si le estuvieran
allanando su finca.
-
Pero si la moto está en la calle y no estorba la
entrada a ningún sitio. Está junto a la pared y aquí no hay vado, ni persiana ¿Es que va usted a meter el
coche?
-
Lo de meter el coche o no, es asunto mío. Este es mi local
y no quiero su moto aquí delante. Y punto.
Anselmo no
acababa de creerse lo que le estaba ocurriendo, y, viendo lo inútil de seguir
hablando con quien se comportaba de forma tan absurda, arrancó la moto y siguió
en dirección norte por la importante avenida. Pero a los pocos segundos empezó
a oír una sirena y vio con estupor que un motorista de la policía municipal se
ponía a su altura indicándole que parara.
-
¿Es usted el que tenía la moto en la acera? –le
preguntó el guardia.
-
Si, señor, soy yo. Pero la moto no estorbaba a nadie y
sólo he tardado unos minutos.
-
Ya, pero yo no le paro por eso, sino porque, según una
denuncia, está usted borracho. Ahora que hablo con usted, diría que no lo está,
pero ante la denuncia, me veo obligado a hacerle la prueba de alcoholemia.
-
Por mi parte no hay problema –dijo Anselmo-, pero si sale
negativo, quiero que me diga el nombre
de quien me ha denunciado, pues ahora voy a ser yo quien lo denuncie a él por
falsedad y por el daño que me está causando.
-
Lo siento, pero no estoy autorizado para darle nombres.
El resultado
fue como era de esperar, pues Anselmo sólo había tomado esa mañana café con
leche y una madalena. A todo esto, oyó un clamor de sirenas y vio cómo otros
cinco motoristas se aproximaban al lugar.
-
¿Todos estos vienen a por mí? –dijo Anselmo a punto de
un ataque de ansiedad. No le dio un infarto porque está acostumbrado -desde que
nació hace cuarenta y dos años- a afrontar las situaciones con entereza.
-
Sí –le contestó el guardia-, vienen por usted y creo que se están excediendo.
-
Pues si vienen a por mí, me tiro ahora mismo al suelo y
que hagan conmigo lo que quieran –exclamó sintiéndose víctima de un intolerable
atropello.
-
¡No, por favor! No se tire al suelo que no le va a
pasar nada –le rogó el municipal, convencido ya de la injusticia y deseoso de dar
por zanjado el asunto.
Cuando se
acercaron los cinco motoristas, su compañero les explicó lo que pasaba. Uno de
ellos preguntó por el denunciante y, al ver quien era (que seguía cerca de allí
con su perro), hizo un gesto de fastidio mientras comentaba: “ah, pero si es otra
vez ese i…” Y se fueron marchando no sin antes invitar a circular a los
numerosos curiosos que, ante el despliegue policial, habían hecho corro para
presenciar el espectáculo. Lo mismo hicieron con los conductores detenidos ante
el semáforo que, movidos por la curiosidad, no se daban cuenta de que ya estaba
en verde.
Anselmo le
comentó al primero de los agentes su intención de volver al causante del
agravio para pedirle explicaciones, pero se lo desaconsejó porque “podía liarle otra más gorda”. Así que,
deshecho y humillado, con la sensación de haber sido ultrajado y pisoteado en
su dignidad, cogió la moto y se marchó a casa. Habría podido denunciar el caso
e incluso volver al individuo y arrearle un par bien dado, pero Anselmo
conserva en su adeene el miedo de generaciones a rozarse con quien maneja poder,
pues, aunque lleves la razón acabará haciéndote daño. Por eso, el único comentario
que hizo a su mujer, cuando ésta le preguntó “qué te pasa que te veo pálido y desmejorao”, fue: “Ná, que esta mañana parece que me ha mirao
un tuerto”.
Aunque parezca
inverosímil, no es ficción este relato. Anselmo existe y él mismo me lo contó
la otra noche; aún sangraba por la herida. Yo no paro de pensar quién será el
personaje y cuán arrimado debe estar al poder, pues es capaz de mover un
escuadrón de policías con sólo hacer una llamada. Y, por lo visto, no fue la
primera vez. Por otro lado digo: una vez que se vio la falsedad de la denuncia y
el consiguiente daño ocasionado a un inocente -además de distraer de sus
obligaciones a las fuerzas del orden- ¿por qué no se le detuvo inmediatamente?
Ni siquiera se le pidieron explicaciones Alguna conexión debe de tener con la
autoridad –se le ocurre a uno pensar-. Semejantes atropellos son propios de
otros tiempos felizmente superados. Y no estaría mal averiguar de quien se
trata y, sobre todo, comprobar si realmente maneja algunos hilos, pues en ese
caso habría que pedir responsabilidades a más de uno.