PATRIA LEJANA
Me complacen los ecos
de mi tierra
y me honro de ser vuesto paisano,
atiendo con lealtad
al don de los amigos
y a vosotros, mi familia,
os quiero con pasión,
mi vida cada día
es vida por vosotros;
mas sé que algunas veces
pensáis que estoy ausente,
abstraido
cual si oteara remotos horizontes.
Y es verdad, pues tengo el corazón
en una patria lejana,
mi patria,
la patria que perdí
cuando todavía no había nacido.
miércoles, 1 de mayo de 2013
PATRIA LEJANA
domingo, 28 de abril de 2013
MI TARJETA DE VISITA
Paisaje de mi tierra |
Tarjeta de visita
Mi expresión está hecha de la desnudez
de la tierra. Vengo
de la escasez, de la sequía
milenaria. Para mí
vivir es resistir
y me presto, mejor que a las palabras,
a la actitud permanente.
***
martes, 23 de abril de 2013
AROMAS DE ETERNIDAD
AROMAS DE ETERNIDAD
Cuando veo los rosales
o los lirios del campo florecer
con el frescor del rocío
se me abre el corazón como una flor
y no siento la edad,
y no siento la edad
ni el tiempo;
y la brisa que aspiro al caminar
aromas trae de eternidad
y siento
la vida como un río de aguas claras
bajando
la montaña
de la Historia,
y el rumor de las aguas
al caer
es el eco de una bella canción
que esparce por mi valle la esperanza;
y no siento la edad,
y no siento la edad
ni el tiempo;
y la brisa que aspiro al caminar
aromas trae de eternidad
y creo.
miércoles, 17 de abril de 2013
A LOMOS DE UNA VIEJA MOTO
A LOMOS DE UNA VIEJA MOTO
No quiero contarlo
como cuenta sus batallas
el abuelo al amor de la lumbre;
no quiero naufragar en los recuerdos
ni en el llanto por la juventud perdida;
no quiero ser un barco
anclado en la nostalgia,
pero hoy he buceado en mi mamoria,
como en el fondo de un mar iluminado,
y he vuelto a encontrar tesoros íntimos
que quedaron sumergidos en el alma
como naufragios en el tiempo.
Y, como arrebatado por un impulso lírico,
he subido a la cumbre
de mi pensamiento y he visto,
como si el tiempo no existiera,
el pasado y el presente confundidos.
Y he vuelto a vivir, como un poema épico,
el valor de aquellos camaradas
agigantado en el atardecer del recuerdo.
Aún los veo cabalgando
a lomos de una vieja moto,
despreciando la lluvia y el viento,
mensajeros del alba
y de la primavera,
como dos paladines los recuerdo,
Aquilino Zapata y Juan Serrano,
en el corazón del movimiento obrero.
Con sus frentes rozaban las estrellas
y en sus corazones
latía el alma de pueblo,
toda su juventud era una ofrenda
destinada a resonar en las conciencias
como íntimas sirenas por las fábricas,
como urgentes caracolas por los tajos.
A la luz tamizada de los años,
con los vientos en calma del recuerdo,
mientras subo la cuesta
de mi blanca colina
muchas veces revivo aquellos sueños
y veo a mis amigos
sobre la vieja moto
despreciando la lluvia y el viento.
Era el florecer de nuestros años mozos,
cuando la juventud se entrega
a los arrullos amorosos
y se fundan los cimientos
para afrontar el futuro,
pero nuestras almas cultivaban un sueño
de libertad y esperanza. Hoy,
cuando han pasado tantos años,
y cuando todo parecía muerto,
he mirado
hacia aquel sueño de juventud
y he visto flores y retoños,
flores y retoños con signos de lo eterno.
Y me he sentado en lo alto del collado
y, mientras contemplaba
como un mar de cenizas,
he sentido vibrar hasta en mis huesos
la enorme fuerza del volcán
y he visto muchas brasas
entre las cenizas de los sueños.
No siento nostalgia del pasado,
pero me gusta a veces volver la mirada
hacia aquel proyecto de futuro,
y el valor de aquellos camaradas
se me agiganta en el recuerdo
y los veo cabalgar sobre una moto
despreciando la lluvia y el viento,
Aquilino Zapata y Juan Serrano
en el corazón del movimiento obrero;
con sus frentes rozaban las estrelllas
porque en sus corazones
latía el alma del pueblo.
PARAÍSO PERDIDO
PARAISO PERDIDO
Un día regresaré
a la espiga y al naranjo,
donde quedaron dormidos
los proyectos más tempranos
y buscaré los amores
que mi partida lloraron.
El silbo del ruiseñor
en el temblor de los álamos,
arrullo de viejos sueños
que el tiempo ha petrificado
pondrá bálsamo a mi exilio,
olvido del tiempo amargo.
Iré a la orilla del río
y con la ilusión de antaño
haré con hojas de caña
media docena de barcos
y los pondré a navegar
hacia mis sueños dorados.
Ya me imagino el azud
con sus chorros plateados
y su zumbido profundo,
rumor de vida en el campo,
mientras los peces ensayan
el definitivo salto.
Me vuelvo al cañaveral
y a la flor de los granados
porque el cemento me oprime
y me muero en el asfalto,
he de emprender el camino
antes que llegue el ocaso.
No intentes volver atrás
o quedarás atrapado
en laberintos de niebla,
en espejismos de espanto.
Ese paraiso verde
que dentro llevas grabado
será la patria lejana
que siempre estarás soñando.
martes, 16 de abril de 2013
POBRE MADRE
Pobre madre
Toda su vida
la había basado en él, Un día se sintió enfermo
todas sus energías y lo fue consumiendo
y cuidados la enfermedad maldita,
se los dedicaba a él, pero en todo momento
sólo por él luchaba, su madre fue su ángel
sólo por él se movía de la guarda
y respiraba que lo siguió cuidando
y en el porvenir de su hijo como cuando era niño.
había colgado Una mañana vislumbró
todos sus sueños. el final de su camino
y se sintió
Con el tiempo creció el niño dominado por el sueño
y fue aprendiendo a volar y dijo: madre,
y a distanciarse duérmeme en tus brazos
de la madre; cantándome suave
un día escuchó aquella canción de cuna.
cantos de sirena La madre lo tomó
que lo hipnotizaron y lo cubrió de besos
y lo fueron llevando hasta que un suave velo
por malos senderos cayó sobre sus ojos
hasta engancharse a la heroína y así se fue quedando
(desbocado caballo, dormido para siempre,
enloquecido, sintiendo los latidos
que lo condujo al atolladero del seno maternal.
de la delincuencia);
y llegó a sentir Y la pobre madre
el amargo sabor de los barrotes quedó sollozando
en la soledad de una celda, de ver entre sus brazos
comenzando un camino aquella flor marchita,
de ignominia para él la rosa de sus sueños.
y de dolor y desesperación
para su madre.
jueves, 11 de abril de 2013
EL EXILIO DEL MIRLO
El exilio del mirlo
Ahí está, sentado en el banco del jardín, el viejo Salvador López Contreras. Es su gesto de sabio pensador apoyadas las manos en el mango del cayado. Están ciegos sus ojos a los flamantes bloques de viviendas y sus oídos sordos al fragor de las cercanas avenidas. ¡Quién le iba a decir que la apacible aldea y el verde limonar iban a sucumbir al ladrillo y al cemento! Muy lejos todavía quedaba la ciudad y la huerta era un vergel de frutas y hortalizas. En el brazal un agua cantarina acompasaba el inquieto trajín de los huertanos sembrando y recogiendo sus cosechas. Platicaban los vecinos al fresco de la tarde en la vieja placeta. "El tiempo -comentaban- no está para llover". Y se quejaban: en invierno del frío, del calor en verano como siempre por costumbre. La algazara de niños al salir de la escuela, el ruiseñor en el olmo con su adorable silbo; y -al caer de la tarde- el mirlo desgranando su bella melodía en la copa de la higuera, eran vestigio claro del viejo paraíso perdido en los albores.
¡Pero todo ha quedado tan lejano! Poco a poco la ciudad fue ganando metro a metro, palmo a palmo, al verdor de la vega. Y llegó la quimera del ladrillo que con burda añagaza dibujó sobre la huerta un horizonte de grúas. Los huertanos se dejaron seducir por tentadoras propuestas del corredor de fincas; y el asfalto y el cemento, bajo la dictadura del progreso, desplazaron a la gleba. Humildes hortelanos permutaron sus tierras por cifras astronómicas que sus hijos fundieron en cochazos de lujo. Muchos de ellos -a los hijos me refiero- están hoy en el paro en tanto que los padres apacientan recuerdos en el hogar del pensionista.
Salvador cambió su vieja casa por un piso en los bloques que están junto al jardín. Y sale cada tarde a tomar el aire y se sienta a meditar en uno de los bancos. Cada diez minutos suena la campana del tranvía -en la cercana parada- camino de los centros comerciales. Lo que antes eran huertos se ha poblado de rotondas y semáforos, y miles de vehículos circulan de continuo, pues está cercana la autopista. Con frecuencia aúllan las sirenas de urgentes ambulancias. El progreso es bonito, quién lo duda, pues pone a nuestro alcance tantas cosas; pero también es cierto que se pagó por ello un alto precio y muchas cosas importantes se han perdido. Donde antes reinaba más que nada el sosiego ahora planea la incertidumbre.
Y Salvador se siente en el exilio, como ese triste mirlo que, a falta de los huertos, se ha resignado a cantar posado en la antena del tejado.
miércoles, 10 de abril de 2013
TIERRA QUEMADA
Soñé que andaba perdido,
olvidado en tierra extraña,
y por inciertos caminos
busqué el hogar de la infancia.
Sólo vi tierra quemada.olvidado en tierra extraña,
y por inciertos caminos
busqué el hogar de la infancia.
Ya mis padres habían muerto,
la casa estaba cerrada,
mis hermanos, como espectros,
con ademanes de estatua
y los ojos encendidos
de ira petrificada.
Ninguna canción antigua,
ningún eco en lontananza,
ni el jolgorio de los niños
ni el reír de las muchachas,
allí reinaba el silencio,
sólo vi tierra quemada.
Busqué el oro de los trigos,
las flores de las ventanas,
los verdores de la vega.
Sólo vi tierra quemada.
Busqué palabras de aliento
y hallé respuestas airadas;
falto de paz interior
los rugidos me acosaban
y cuando quise gritar
no respondió mi garganta.
Emprendí veloz huída,
el corazón me estallaba,
pasé barreras de espino,
de cambroneras y zarzas
y mirando al horizonte
sólo vi tierra quemada.
Me desperté con el sol
paternal de la mañana
con lágrimas en el rostro
y un desgarrón en el alma.
Juan Abenza
EL FORO ROMANO
EL FORO ROMANO O LA FUGACIDAD DE LA VIDA
(Consideraciones sobre el Foro Romano en mi viaje a Roma en el verano de 2012)
Cuando tienes delante el panorama del Foro son dos los pensamientos que te abordan. Por un lado te golpea la realidad de lo que estás viendo: una inmensa exposición de ruinas, remotos indicios de algo que fue; meros despojos del pasado. Y piensas en la fugacidad de la vida, en el paso del tiempo. Mueren las personas -ya sean siervos, clase media o magnates- pero también fenecen los reinos, los imperios y, dando tiempo al tiempo, desaparecen hasta las grandes civilizaciones. Quien iba a decir, por ejemplo, que un día caería el Imperio Romano. Pero con el tiempo -al igual que pasó con todos los imperios- la situación se fue deteriorando y las estructuras sucumbieron tras larga decadencia. Las legioenes perdieron brio, las viejas clases dirigentes degeneraron, escasearon los grandes talentos, la organización económica y el comercio se resquebrajaron, decayó hasta la cultura, surgieron los enfrentamientos civiles y, para colmo, toda esa ruina nacional coincidió con el empuje de otros pueblos -en este caso los bárbaros- que vinieron en el tiempo preciso (de hecho ya estaban dentro mucho tiempo antes) y dieron el puntillazo. Y este foro que vemos ahora en ruinas -con sus templos, sus basílicas, sus palacios, sus arcos de triunfo-, que había sido el alma de la ciudad y el corazón del Imperio, no pudo soportar por mucho tiempo la ausencia de los césares.
Mas, por otro lado, valoro el arte y la belleza que estos magníficos restos ofrecen aún al visitante y considero que ahí permanecen en pie, con orgullo, dando testimonio ante la Historia de su antigua grandeza. Entonces se pone en movimiento mi imaginación y, cual repentina y milagrosa resurreción de los muertos, mis ojos ven levantarse de entre las ruinas las distintas basílicas, cuya función no fue por cierto religiosa, como alguien podría creer. A todas ellas me asomo y contemplo con asombro su magnificencia, especialmente en la de Majencio. Me cuelo en las asambleas que en sus amplísimas salas se celebran; observo con curiosidad a los hombres de negocios concertando, en pequeños corrillos, sus transacciones; y me fijo en el ir y venir de los magistrados, con sus togas, dispuestos a impartir justicia. Asimismo me deslumbra el esplendor de los templos con sus columnas y sus relucientes suelos de mármol de Carrara. Y en mis oídos comienzan a atronar las trompetas, anunciando la entrada triunfal del emperador a su regreso de la última compaña victoriosa (las guerras fueron durante siglos para Roma la mayor fuente de ingresos). Hasta distingo los estandartes precediendo al cortejo con las siglas, bien visibles, del "SENATUS POPULUSQUE ROMANUS"; y me impresionan las voces unísonas de las multitudes coreando el "ave caesar". Me abro paso con dificultad entre el gentío, que ya no son turistas, sino auténticos ciudadanos romanos vistiendo túnicas y togas. Y entro al edificio de la Curia y contemplo el ajetreo de los senadores. Tanto se dispara mi loca fantasía que hasta me parece oír a Cicerón lanzando a los cuatro vientos el "quousque tandem abutere Catilina patientia nostra". ¡O TEMPORA, O MORES!
(Consideraciones sobre el Foro Romano en mi viaje a Roma en el verano de 2012)
Cuando tienes delante el panorama del Foro son dos los pensamientos que te abordan. Por un lado te golpea la realidad de lo que estás viendo: una inmensa exposición de ruinas, remotos indicios de algo que fue; meros despojos del pasado. Y piensas en la fugacidad de la vida, en el paso del tiempo. Mueren las personas -ya sean siervos, clase media o magnates- pero también fenecen los reinos, los imperios y, dando tiempo al tiempo, desaparecen hasta las grandes civilizaciones. Quien iba a decir, por ejemplo, que un día caería el Imperio Romano. Pero con el tiempo -al igual que pasó con todos los imperios- la situación se fue deteriorando y las estructuras sucumbieron tras larga decadencia. Las legioenes perdieron brio, las viejas clases dirigentes degeneraron, escasearon los grandes talentos, la organización económica y el comercio se resquebrajaron, decayó hasta la cultura, surgieron los enfrentamientos civiles y, para colmo, toda esa ruina nacional coincidió con el empuje de otros pueblos -en este caso los bárbaros- que vinieron en el tiempo preciso (de hecho ya estaban dentro mucho tiempo antes) y dieron el puntillazo. Y este foro que vemos ahora en ruinas -con sus templos, sus basílicas, sus palacios, sus arcos de triunfo-, que había sido el alma de la ciudad y el corazón del Imperio, no pudo soportar por mucho tiempo la ausencia de los césares.
Mas, por otro lado, valoro el arte y la belleza que estos magníficos restos ofrecen aún al visitante y considero que ahí permanecen en pie, con orgullo, dando testimonio ante la Historia de su antigua grandeza. Entonces se pone en movimiento mi imaginación y, cual repentina y milagrosa resurreción de los muertos, mis ojos ven levantarse de entre las ruinas las distintas basílicas, cuya función no fue por cierto religiosa, como alguien podría creer. A todas ellas me asomo y contemplo con asombro su magnificencia, especialmente en la de Majencio. Me cuelo en las asambleas que en sus amplísimas salas se celebran; observo con curiosidad a los hombres de negocios concertando, en pequeños corrillos, sus transacciones; y me fijo en el ir y venir de los magistrados, con sus togas, dispuestos a impartir justicia. Asimismo me deslumbra el esplendor de los templos con sus columnas y sus relucientes suelos de mármol de Carrara. Y en mis oídos comienzan a atronar las trompetas, anunciando la entrada triunfal del emperador a su regreso de la última compaña victoriosa (las guerras fueron durante siglos para Roma la mayor fuente de ingresos). Hasta distingo los estandartes precediendo al cortejo con las siglas, bien visibles, del "SENATUS POPULUSQUE ROMANUS"; y me impresionan las voces unísonas de las multitudes coreando el "ave caesar". Me abro paso con dificultad entre el gentío, que ya no son turistas, sino auténticos ciudadanos romanos vistiendo túnicas y togas. Y entro al edificio de la Curia y contemplo el ajetreo de los senadores. Tanto se dispara mi loca fantasía que hasta me parece oír a Cicerón lanzando a los cuatro vientos el "quousque tandem abutere Catilina patientia nostra". ¡O TEMPORA, O MORES!
lunes, 8 de abril de 2013
AUSENCIA
AUSENCIA
Estoy sentado en un sillónfrente a la ventana,
el rumor de la lluvia serena mi espíritu
y miro las cumbres
con cierta nostalgia.
Tu ausencia resuena en mi interior
como eco de una canción lejana
y me envuelve en una nube
densa de melancolía,
pero movido por latidos de esperanza
mi corazón no descansará
hasta verte aparecer
por el umbral de mi puerta.
Mis ojos quieren verte,
mi alma ansía tu presencia
y siempre pienso que vas a aparecer
entre la multitud.
Al final caigo dormido
y con la levedad de un pez
comienzo a moverme en el lago
profundo de los sueños;
de pronto tú apareces
con esa sonrisa que ilumina tu cara
y me traes el verdor de aquellos años
sembrados de canciones y de risas,
de ilusiones y de flores
y de bellos proyectos de futuro.
Voy a pedirte que te quedes,
que nunca te vayas de mi casa,
pero mi sueño se rompe,
estrepitosamente, por el trueno
que preludia el fragor de la tormenta.
Siento frío, bostezo
y, al continuar mi tarea diaria,
enredado por el sueño,
el recuerdo y la añoranza
me pregunto quién se siente
más solo tras la despedida,
el que se queda
o el que se marcha.
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