miércoles, 10 de abril de 2013

EL FORO ROMANO

EL FORO ROMANO O LA FUGACIDAD DE LA VIDA
          (Consideraciones sobre el Foro Romano en mi viaje a Roma en el verano de 2012) 

                          
      Cuando tienes delante el panorama del Foro son dos los pensamientos que te abordan. Por un lado te golpea la realidad de lo que estás viendo: una inmensa exposición de ruinas, remotos indicios de algo que fue; meros despojos del pasado. Y piensas en la fugacidad de la vida, en el paso del tiempo. Mueren las personas -ya sean siervos, clase media o magnates- pero también fenecen los reinos, los imperios y, dando tiempo al tiempo, desaparecen hasta las grandes civilizaciones. Quien iba a decir, por ejemplo, que un día caería el Imperio Romano. Pero con el tiempo -al igual que pasó con todos los imperios- la situación se fue deteriorando y las estructuras sucumbieron tras larga decadencia. Las legioenes perdieron brio, las viejas clases dirigentes degeneraron, escasearon los grandes talentos, la organización económica y el comercio se resquebrajaron, decayó hasta la cultura, surgieron los enfrentamientos civiles y, para colmo, toda esa ruina nacional coincidió con el empuje de otros pueblos -en este caso los bárbaros- que vinieron en el tiempo preciso (de hecho ya estaban dentro mucho tiempo antes) y dieron el puntillazo. Y este foro que vemos ahora en ruinas -con sus templos, sus basílicas, sus palacios, sus arcos de triunfo-, que había sido el alma de la ciudad y el corazón del Imperio, no pudo soportar por mucho tiempo la ausencia de los césares.

      Mas, por otro lado, valoro el arte y la belleza que estos magníficos restos ofrecen aún al visitante y considero que ahí permanecen en pie, con orgullo, dando testimonio ante la Historia de su antigua grandeza. Entonces se pone en movimiento mi imaginación y, cual repentina y milagrosa resurreción de los muertos, mis ojos ven levantarse de entre las ruinas las distintas basílicas, cuya función no fue por cierto religiosa, como alguien podría creer. A todas ellas me asomo y contemplo con asombro su magnificencia, especialmente en la de Majencio. Me cuelo en las asambleas que en sus amplísimas salas se celebran; observo con curiosidad a los hombres de negocios concertando, en pequeños corrillos, sus transacciones; y me fijo en el ir y venir de los magistrados, con sus togas, dispuestos a impartir justicia. Asimismo me deslumbra el esplendor de los templos con sus columnas y sus relucientes suelos de mármol  de Carrara. Y en mis oídos comienzan a atronar las trompetas, anunciando la entrada triunfal del emperador a su regreso de la última compaña victoriosa (las guerras fueron durante siglos para Roma la mayor fuente de ingresos). Hasta distingo los estandartes precediendo al cortejo con las siglas, bien visibles, del "SENATUS POPULUSQUE ROMANUS"; y me impresionan las voces unísonas de las multitudes coreando el "ave caesar". Me abro paso con dificultad entre el gentío, que ya no son turistas, sino auténticos ciudadanos romanos vistiendo túnicas y togas. Y entro al edificio de la Curia y contemplo el ajetreo de los senadores. Tanto se dispara mi loca fantasía que hasta me parece oír a Cicerón lanzando a los cuatro vientos el "quousque tandem abutere Catilina patientia nostra".       ¡O TEMPORA, O MORES!

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