jueves, 11 de abril de 2013

EL EXILIO DEL MIRLO

                       El exilio del mirlo                     

     Ahí está, sentado en el banco del jardín, el viejo Salvador López Contreras. Es su gesto de sabio pensador apoyadas las manos en el mango del cayado. Están ciegos sus ojos  a los flamantes bloques de viviendas y sus oídos sordos al fragor de las cercanas avenidas. ¡Quién le iba a decir que la apacible aldea y el verde limonar iban a sucumbir al ladrillo y al cemento! Muy lejos todavía quedaba la ciudad y la huerta era un vergel de frutas y hortalizas. En el brazal un agua cantarina acompasaba el inquieto trajín de los huertanos sembrando y recogiendo sus cosechas. Platicaban los vecinos al fresco de la tarde en la vieja placeta. "El tiempo -comentaban- no está para llover". Y se quejaban: en invierno del frío, del calor en verano como siempre por costumbre. La algazara de niños al salir de la escuela, el ruiseñor en el olmo con su adorable silbo; y -al caer de la tarde- el mirlo desgranando su bella melodía en la copa de la higuera,  eran vestigio claro del viejo paraíso perdido en los albores.

      ¡Pero todo ha quedado tan lejano! Poco a poco la ciudad fue ganando metro a metro, palmo a palmo, al verdor de la vega. Y llegó la quimera del ladrillo que con burda añagaza dibujó sobre la huerta un horizonte de grúas. Los huertanos se dejaron seducir por tentadoras propuestas del corredor de fincas; y el asfalto y el cemento, bajo la dictadura del progreso, desplazaron a la gleba. Humildes hortelanos permutaron sus tierras por cifras astronómicas que sus hijos fundieron en cochazos de lujo. Muchos de ellos -a los hijos me refiero- están hoy  en el paro en tanto que los padres apacientan recuerdos en el hogar del pensionista.

      Salvador cambió su vieja casa por un piso en los bloques que están junto al jardín. Y sale cada tarde a tomar el aire y se sienta a meditar en uno de los bancos. Cada diez minutos suena la campana del tranvía -en la cercana parada- camino de los centros comerciales. Lo que antes eran huertos se ha poblado de rotondas y semáforos, y miles de vehículos circulan de continuo, pues está cercana la autopista. Con frecuencia aúllan las sirenas de urgentes ambulancias. El progreso es bonito, quién lo duda, pues pone a nuestro alcance tantas cosas; pero también es cierto que se pagó por ello un alto precio y muchas cosas importantes se han perdido. Donde antes reinaba más que nada el sosiego ahora planea la incertidumbre. 

     Y Salvador se siente en el exilio, como ese triste mirlo que, a falta de los huertos, se ha resignado a cantar posado en la antena del tejado.

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